Somos el motor de la vida, poseemos ese don, y tenemos esa
responsabilidad. La energía vital que de forma contagiosa trasmitimos a los
demás, cuando ocurre de forma emocional y la complicidad se añade al encuentro,
incluso puede surgir el amor. Somos portadores de talento e imaginación, instinto
e inteligencia y esto nos convierte en los protagonistas de lo que llamamos
sociedad.
Nos organizamos en torno a un urbanismo de calles, avenidas y
plazas desde donde convivimos, y nos suministramos de lo necesario. Esto de
forma simplificada es la ciudad, la villa, un escenario en el que cada día nos
encontramos y nos deseamos buenos días.
Mantener el núcleo central de esta convivencia solo se
consigue dándole “vida” a nuestro entorno, hay quien juega a la dispersión, por
aquello de un afán especulativo y lograr con ello arrastrarnos a entornos más
agresivos, contaminantes e insensibles con el medio ambiente. Estos fenómenos
tan degradantes triunfan en las épocas de abundancia, fracasan cuando la
racionalidad del consumo, la necesidad de humanizar las relaciones, se impone.
La tendencia del retorno a lo convencional, viene por épocas de escasez, quizá como
la precedente. Tengámoslo en cuenta y aprovechemos el momento, la vida debe
renacer en torno a la ciudad, los servicios están al día, se han actualizado,
el comercio, la hostelería, el ocio, es vanguardia, quizá necesitáramos de una
coyuntura económica tan baja como la actual, para reconsiderar cierta
normalidad y volver a ganar la confianza de los unos con los otros. Ya no más
ciudades clónicas, debe emerger espontáneamente la imaginación y la capacidad
de los emprendedores para demostrar que las individualidades nos enriquecen y
además, son capaces de competir.
Quiero mi ciudad y me esfuerzo por añadir mi creatividad a su
oferta comercial.
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