Nadie debe sentirse humillado, por la eliminación en el Mundial de Brasil 2014, nos avala una trayectoria que nos llevó a ser ejemplo durante seis años
Una sociedad cambiante, globalizada, en la
que los éxitos se amplifican y los fracasos se mantienen huérfanos, nos ha
puesto a prueba ante lo que dábamos por hecho, otro éxito de la Selección
Nacional de Fútbol ¿Nos habíamos preparado para gestionar la derrota? Ni hablar,
en eso no se pensó ni se pensaba porque no entraba en los previstos. Una conducta
muy propia de quienes nos pasamos la vida pensando que la derrota es el fracaso
y por tanto solo la victoria el éxito. La ostentación, la arrogancia, la
soberbia nos produce estímulo y admiración, la humildad, es síntoma de
debilidad. El trabajo callado y continuo es cosa menor, en nuestro ideario no
entra valorar que se llega al éxito a través del esfuerzo y de fracasar en
ocasiones más de una vez. Los éxitos tienen su tiempo a igual que los fracasos
y debemos prepararnos para gestionarlos adecuadamente sin que por ello nos releguen
al olvido, la crítica y la vergüenza. Nadie debe sentirse humillado, por la
eliminación en el Mundial de Brasil 2014, nos avala una trayectoria que nos
llevó a ser ejemplo durante seis años de un estilo de juego con resultados
hasta entonces desconocidos. Le debemos a esta Selección Nacional el orgullo de
haber practicado el mejor fútbol y sobre todo, haber formado un equipo humano
que nos hizo sentirnos orgullosos hasta el punto de identificarnos con el
sobrenombre de “La Roja” y adoptarla como un ejemplo a seguir. Los éxitos son
perecederos, como la vida misma y nos debemos de acostumbrar a gestionarlos tanto
como las derrotas con el noble motivo de superar en cada momento el uno y el
otro.