Cuando
llego al portal para acceder a mi piso, un día sí y otro también está ocupado
por un grupo de niños que impiden el libre acceso a quien pretende entrar y no
menos a quien salir. Al decirles que no es el lugar para agruparse en juegos y
tertulias, sus caras reflejan un desconcierto tan gráfico, que me hacen dudar
si algo tan elemental y lógico de comprender, no es más que una insolencia de
solterona aburrida y trasnochada. Ya por fin librada la barrera humana y camino
hacia el ascensor, caigo en la cuenta que ni soy soltera, ni aburrida, ni
trasnochada, así que aliviada en parte, sigo mi camino no exenta de
preocupación al comprobar la diferencia entre la educación cívica inculcada a
mi generación y la actual ¿Somos los padres los culpables? Sí, culpables de la
mala educación de los hijos, de la falta de respeto por lo ajeno y público, de
la insolencia y desprecio hacia las personas y por supuesto de la burla que
sobre las reglas de convivencia nos hemos dado. En mi portal hay personas
dependientes, mayores muy sensibles a ruidos y voces, con descanso frágil por
la situación de salud precaria en las que se encuentran, no importa, la calle
se ha convertido en un campo de deportes donde se juega al balón contra las
puertas de los garajes convertidas en porterías. Las farolas y jardineras
sirven de postes para el rebote y regate, en la mayoría de los casos, llevándose
las plantas y flores por delante, mobiliario urbano pagado con el dinero de nuestros
impuestos ¿Qué seguridad nos ofrece la autoridad? Toda la vigilancia con la que
contamos se realiza a través de un coche patrulla, sin ningún contacto con los
problemas del barrio, sin conocimiento de las molestias, sin cambio de
impresiones con los comerciantes de la zona, ¿que pasó con el guardia de barrio?
figura conocida y respetada a quien acudir en caso de ayuda, respetada por su
presencia para que los ciudadanos se sintieran respaldados y seguros.
Nuestros
representantes políticos, se han ocupado solo de la macroeconomía y ya hemos visto
y comprobado donde nos ha llevado. La microeconomía, no tiene valor y carece de
importancia, los problemas con los que enfrentarse cada día no cuenta o cuentan
escasamente. Somos ciudadanos olvidados y marginados por quien se supone
debería velar por nosotros ¿qué pasa en nuestra sociedad? ¿Quienes nos escucha
y atienden en nuestras demandas? Los ciudadanos honrados, los callados y
resignados contribuyentes, somos el mayor grupo no parlamentario pero incapaz como
sociedad civil, de hacernos oír y por consiguiente valer en nuestras demandas. Somos
por ello ignorados y engañados en todas las direcciones, con el resultado del
desánimo, el escepticismo y el agotamiento de nuestras energías para finalizar
decepcionados y desesperanzados. Cuando esto ocurre en una sociedad, se dice que
está enferma y por tanto entregada a un destino incierto e inseguro para todos.